¡Hola de nuevo! Antes de empezar con esta entrada, pido disculpas por haber tardado tanto en publicarla. Ni siquiera es sobre una aventura de 2013, esta entrada llevo meses preparándola. En julio de 2012, Sarito y yo fuimos al aeropuerto de Gran Canaria para comenzar un viaje a lo desconocido. Nos íbamos lejos. Para mí, el viaje más largo que he hecho en mi vida. Nos fuimos a África, más concretamente, a Tanzania. Nos fuimos a intentar subir el Kili. Espero que os guste el relato.
Los vuelos. LPA-MAD-DOH-NBO-JRO
Los vuelos. LPA-MAD-DOH-NBO-JRO
En la madrugada del 19 de julio,
Sarito y yo salimos en un Iberia en dirección a Madrid, a sabiendas de que aún
nos esperaban más de 24 horas de vuelos, facturaciones y esperas. Al llegar a
Madrid, lo primero que hicimos fue coger el metro interno de la T4S a la T4 y buscar
los mostradores de Qatar Airways para facturar nuestras maletas. Para esta
expedición, dado que íbamos a tener porteadores, decidimos comprar en el
Decathlon de Telde una bolsa de viaje Quechua de 100L, impermeable, que sería la
que llevaría nuestro porteador. Aparte de ello, llevamos, cómo no, una bolsa en
la que se lee Gran Canaria, así la reconoceríamos y nos leerían en los cuatro
aeropuertos por los que pasaríamos.
Después de facturar y esperar,
embarcamos y pudimos comprobar la majestuosidad de un avión de Qatar Airways.
Es todo un lujo viajar con una compañía como esa. En cada butaca hay un monitor
en el que puedes ver la película que tú quieras, oír la música que tú quieras,
un puerto USB por si quieres enchufar cosas tuyas, etc.
Es curioso, por mucho que Iberia
se esfuerce, no conseguirán alcanzar el nivel de calidad y trato al usuario que
tiene Qatar. He de reconocer, no obstante, que ahora la tripulación de Iberia
sonríe y sonríe, pero si pides un simple vaso de agua, tienes que pagarlo. Los
pasajeros de primera clase suben al avión por un finger diferente al de business
y economy. Pudimos ver los
asientos de business y eran una
pasada de grandes y espaciosos; ¡No me puedo imaginar cómo será la sección de
primera clase!
Nos sentamos en nuestras butacas
y tuvimos la suerte de que el tripulante de cabina asignado a nuestro pasillo
fuera un chico mejicano realmente simpático que nos atendió a las mil
maravillas.
La comida. La comida en Qatar
Airways merece un capítulo aparte. ¿Te gustaría que en un avión te ofrecieran
al menos dos platos diferentes entre los que elegir? Pues viaja con Qatar. A
elegir: vegetariano (lo tienes que decir por adelantado, al comprar el
billete), pollo o cordero. El menú tenía de todo, ensalada, crackers,
mantequilla (Henry Picot), queso (La Vache Qui Rie), pan, pollo del de
verdad con arroz al curry, Un postre delicioso, agua (Arwa, de Qatar) y de bebida, a elegir entre zumos, agua con gas (Perrier), cerveza (Heineken), vino blanco, tinto, whiskey, etc. Una maravilla. Además,
para cada miembro del pasaje había un “amenity” compuesto por un bolsito
pequeño en el que había unos calcetines cálidos por si durante el vuelo
nocturno alguien sentía frío, un antifaz para dormir, unos tapones para los
oídos y un cepillo de dientes con su pequeño tubo de pasta dentífrica. Un
lujazo. Desde estas líneas quiero dar las gracias a Juanfra (exViajes Kaia
Tours) por conseguirnos esos vuelos con Qatar y arreglarnos el viaje entero.
¡¡Una maravilla de trabajo, sí señor!! Muchísimas gracias!!!
Llegada a Kilimanjaro (JRO) (foto)
A nuestra llegada al aeropuerto
de Kilimanjaro, primera sorpresa: antes incluso de pasar por el mostrador de
inmigración, antes incluso de entrar al edificio del aeropuerto, dos agentes
del gobierno (muy grandes, por cierto) lo primero que nos piden con cara muy
seria no es el pasaporte, sino la cartilla internacional de vacunación para
comprobar que estamos vacunados contra la fiebre amarilla.
Luego, al comprobar que estábamos vacunados de casi todo,
con una sonrisa en la que se podía proyectar una peli en cinemascope,
literalmente nos “permiten la entrada en Tanzania”, nos señalan el mostrador de
inmigración donde tendríamos que pagar el visado de entrada (50$). Después de
terminar con el papeleo, entramos a la zona de recogida de maletas, donde nos
esperaba el contacto de la agencia Zara Adventures (la empresa local con la que
contacta Natur Trek), que nos presenta a nuestro chofer. Allí, como estábamos
convencidos de que en la ruta Marangu había posibilidad de comprar comida y
bebida en los refugios (algo que, si alguna vez se ha hecho, ya no es posible)
cambiamos mucho dinero en moneda local, el chelín tanzano (2000 tsh = 1€
aprox.). Le dimos un billete de 2000 al chico que recogió nuestra bolsa de
viaje del suelo y la colocó en la parte trasera del furgón en el que nos
llevarían al hotel (recordad que Tanzania es el país de la propina) y
comenzamos a recorrer la carretera que une el aeropuerto de Kilimanjaro con
Arusha y que nos llevaría a Moshi, localización de nuestro hotel, el
Springland. Durante el camino, me impresionó mucho lo que veían mis ojos (te
ocurrirá si como me pasó a mí, nunca has estado en África): casas de barro con
techos de chapa, carreteras de tierra, carnicerías con el género al aire,
plagadas de moscas, una infinidad de campos de millo (maíz) y girasoles, casas
circulares de barro y tejado de paja, típicas de los massai, gente vendiendo
fruta y verdura a pie de carretera, un chico con un AK-47 en un cruce de caminos,
algún señor enchaquetado, niños con diferentes uniformes y una multitud de
señales publicitarias tachadas con un aspa roja. El paisaje es difícil de
digerir a primera instancia, pero a medida que pasan los días, vas viendo todo
de otra manera.
Al llegar al hotel, ya nos
estaban esperando y resulta ser la base central de Zara Adventures. Nos dan
nuestra habitación y nos dicen la hora de la cena. Entramos en nuestro
dormitorio, muy, muy, muy sencillo y comenzamos a preparar el bolso que
dejaremos en la consigna del hotel y el bolso que nuestro porteador llevaría
durante todo el camino desde Marangu Gate hasta Kibo Huts, bolso en el que
deberíamos meter lo imprescindible y cualquier cosa que no querríamos echar de
menos en la montaña. Por ello, dejamos en el del hotel únicamente una muda de
ropa limpia y lo que no necesitábamos.
En el hotel también nos dijeron que a
las 5 de la tarde sería el briefing para organizar los grupos con los guías. Puntualmente,
a las 5 de la tarde, un señor de la agencia Zara nos hizo una breve
introducción sobre lo que íbamos a comenzar al día siguiente, nos dio una serie
de recomendaciones con respecto a la medicación (diamox, malarone, etc) y nos
tranquilizó con respecto al agua, de hecho, nos dijo que no hacía falta llevar
pastillas purificadoras ni nada similar. Evidentemente, yo llevé mi bote con
lejía para purificar el agua porque me fío de la gente, pero no de los
elementos y el agua…..te puede dar un disgusto que no quieres tener a 5000m.
Después, nos presentaron a
nuestro guía, Saidi Msangi, y nos sentamos con él en una mesa de la cafetería
del hotel.
Saidi nos comentó que si tomábamos Malarone®, podíamos
dejar de tomarlo en cuanto llegáramos a la puerta del Parque Nacional porque la
puerta Marangu está a 1970m y el mosquito anopheles,
portador de la malaria, no sube por encima de los 1500m. El guía nos preguntó
por nuestra experiencia en la montaña y por nuestro material. Una vez le
aseguramos que teníamos algo de experencia (creíamos) y material adecuado
(creíamos), nos despedimos hasta la mañana siguiente. Nos dijo que saldríamos
muy pronto porque en Marangu Gate habría que pasar un rato realizando papeleo
para poder entrar en el Parque Nacional. Nos fuimos a cenar (un buen buffet) y,
cómo no, probamos dos de las cervezas locales: Kilimanjaro y Serengeti.
Conocimos a una de las camareras que nos recomendó pedirle a nuestro guía que
nos cocinaran “ugali” durante el camino, porque era lo que comían los
porteadores. Parece ser que es una pasta hecha con harina de maíz sin tostar
(para los canarios que lean esto, algo así como una pella de gofio, pero sin
haber tostado el millo).
21/07/2012 1er día: Moshi – Mandara Huts
A las 6:40 nos despertamos, aseamos y nos vamos a
desayunar. Después del desayuno, nos reunimos a las 7:45 con Saidi, nuestro
guía y pagamos el hotel y consumiciones (54.000 chelines tanzanos = 34€).
Dejamos el bolso de Gran Canaria en la consigna y vamos a reunirnos con todos
los grupos en la entrada del hotel. Pesamos el bolso impermeable y comprobamos
que pesa algo menos de 15 kilos. A la hora de salida, gritan “¡Marangu Route!”
y nos metemos en la furgoneta. En ella vamos unas 10 personas (aquí el concepto
de “lleno” es diferente al nuestro). Tras un recorrido por carretera, llegamos
a la entrada del Parque Nacional de Kilimanjaro y luego, a la Puerta Marangu (1970
metros sobre el nivel del mar, en adelante msnm). Allí ya estaban apostados los
diferentes porteadores, cocineros, etc. Después de registrarnos en la oficina
del Parque y de leer las instrucciones comenzamos la caminata con Saidi.
Instrucciones del parque: (traducción del cartel de
entrada al parque)
“Según el reglamento de Parques Nacionales está
prohibido:-
1. Entrar sin el permiso en vigor
2. Cortar, dañar, sacar o introducir cualquier objeto
animado o inanimado en el parque
3. Dejar cualquier tipo de residuo o basura salvo en los
lugares habilitados
4. Dejar cualquier objeto ardiendo
5. Entrar o salir del parque por cualquier sitio que no
sea una entrada o salida regulada
6. Colocar, erigir o marcar cualquier señal dentro del
Parque
La Dirección del Parque les desea una feliz y exitosa
ascensión”
El paisaje es auténtica selva tropical, Saidi nos comenta que hay 5 zonas diferentes en el Kili: campos de agricultura en la parte baja, selva tropical, moorland (brezal), desierto y pico. En el camino, vemos una flor endémica no sólo de Tanzania, sino del Kilimanjaro y emblema nacional, la impatience kilimanjari, que parece un camaleón rojo. El paisaje es realmente muy húmedo. En la entrada, nos dieron una caja que resultaba ser un pack-lunch con nuestro almuerzo del día.
Llegamos a Mandara Huts (2700msnm) y nos llevan hasta
nuestra cabaña. Genial, compartiremos cabaña con la pareja de holandeses a los
que conocimos en el hotel la tarde anterior, “J” e Ivonne. Al poco de llegar, nos
traen unas palanganas con agua caliente y jabón para lavarnos la cara y las
manos y nos dan palomitas de maíz (en adelante “roscas”, que es como las
llamamos en Gran Canaria) y té. El té es muy bueno, tanto que terminaríamos
comprando una caja para nosotros al regresar de la montaña (pero dejemos eso
para más adelante). Después de la merienda, nos vamos con Saidi a ver el Cráter
Maundi, que tiene un sendero que lo rodea por completo. En el paseo, vemos
impresionados unas proteas salvajes. El cráter en sí no es gran cosa, sobre
todo para un canario. Si vives o has caminado por Gran Canaria, es algo así
como ver la caldera de la Laguna de Valleseco o una versión a escala 1:3 de la
Caldera de Los Marteles. Para un americano puede ser algo grandioso, pero para
los canarios… it’s nice but nothing
special, really. Lo bueno es que para llegar al cráter había que subir un
poco y eso ayuda a aclimatar.
De regreso, Saidi nos dice la hora de la cena y dónde
estaba el “dining room”. Hay que reconocer que los noruegos hicieron un buen
trabajo en la Ruta Marangu. Las cabañas de madera son acogedoras, un pelín
pequeñas, pero para cuatro personas montañeras que se disponen a ascender a un
“casi” 6000, no está mal. Todas las cabañas disponen de placas solares y
baterías. El campamento dispone de más placas solares y grandes acumuladores
que proporcionan luz y energía a la gran cantidad de cabañas que hay allí. El dining
room es muy grande, amplio y se establecen dos turnos para la cena. Cuando nos
toca, vamos al comedor y nos reunimos con los holandeses y cenamos. Me
impresiona ver que todo lo que nos traen es “Made in Tanzania”, la crema de
cacahuete, el té, la leche en polvo, el cacao, el ketchup…todo. Nos traen la
cena. ¿Esto es para dos personas? ¿Todo esto? Una bandeja de unos…60cm de
diámetro absolutamente llena de comida: arroz, verdura, pollo asado (de
momento, el mejor pollo que he comido en mi vida. Lo único comparable es el
conejo frito de El Perola en Agaete, Gran Canaria), además de una especie de
sopa densa, más bien parecían gachas o “porridge” que resulta estar muy rico.
Dejamos parte de la cena porque estábamos llenos y Saidi nos pregunta que si es
que no nos gustaba ¿Perdón? Pensé: “Tío, si me como toda esta comida ¡No subo
al Kili ni arrastrándome!”. Luego Saidi nos dijo que no nos habían hecho
“ugali” porque puede caernos muy pesado si no estamos acostumbrados y que ya
había arreglado con el hotel para que nos lo hicieran a la vuelta. ¡¡Genial!!
No nos marcharemos de Tanzania sin comer comida típica. Pensé que la cena había
sido tan copiosa por ser el primer día y haber comido durante el camino un
sándwich, cacahuetes (en adelante, “manises” que es como los llamamos a los
maníes en Canarias), fruta, una magdalena y un zumo. No podía estar más
equivocado. En fin, estamos en el Ecuador, así que a las 18:30 se hizo de noche
y nos fuimos a dormir. Increíble, a las 19:30 en la cama. Poco antes de dormir,
Sarito y yo salimos a intentar ver las estrellas. La noche estaba preciosa,
pero como estábamos en un pequeño claro en medio de la selva tropical,
decidimos no pasar demasiado tiempo fuera de la cabaña. No olvidemos que
estamos en África y que no estamos a la cabeza de la cadena alimenticia,
precisamente. No se siente peligro porque sabemos que los animales peligrosos
están al otro lado de la montaña, en la Parque Nacional de Amboseli, pero como
se oían ruidos en los árboles…preferimos curarnos en salud y volver a la
cabaña. También es verdad que hacía frío.
22/07/2012 2º día: Mandara
Huts – Horombo Huts
Nos despiertan a las 6:30 de la
mañana para darnos el té. Es divertido cómo te despiertan. Lo hacen de una
manera tan educada que, si de verdad estás profundamente dormido, no te
enteras. No fue el caso. A esta altura no es fácil dormir. Por cierto,
aprovecho el momento para ir agradeciendo a (no me acuerdo de tu nombre, lo
siento, pero sí, eres tú, puntal) de Armería Perojo por el saco de dormir Altus
que me recomendaste. Genial, de momento, primera noche a unos 10ºC y todo bien,
calentito y cómodo. Como decía, te despiertan y te traen un té “bed tea, bed
tea”. El chico huele a sudor fuerte. Lo de los olores en África es algo a lo
que te tienes que acostumbrar muy rápido y no hacer juicios de valor al
respecto porque aquí la mentalidad occidental no funciona. No te lavas a menudo
porque el olor corporal fuerte ahuyenta al mosquito de marras y no te perfumas
porque eso atrae al p*to mosquito de marras y si te pilla, te mueres. Punto.
¿Queda claro? Ok, ahora ya entienden por qué muchos africanos que tienen esa
costumbre arraigada en su subconsciente colectivo huelen fuerte incluso cuando
viven lejos del mosquito.
Volvamos a la jornada. Nos dice
el camarero que debemos ir al desayuno a las 7:30. El desayuno fue igual de
copioso que la cena, tostadas, más porridge, té, mantequilla (made in
Tanzania), etc. Terminamos el desayuno, preparamos la mochila, cerramos el
bolso, entregamos las botellas de agua vacías al camarero para que nos las
llene con agua recién hervida a la que añadimos unas gotas de lejía para
asegurarnos su potabilidad (recomendamos no hacerlo a la vista de porteadores,
guías, etc, porque pueden pensar que no te fías de ellos). Una vez teníamos
todo listo, emprendemos el camino hacia Horombo. La ruta tiene una duración
aproximada de 5 horas sin paradas. Poco después de dejar atrás el cráter Maundi
al que habíamos ascendido el día anterior, aparece la frontera real entre la
selva tropical y el brezal, lo que ellos llaman “moorland”. La vegetación
cambia enormemente. De árboles inmensos y humedad permanente, pasamos a un
camino rodeado de brezos de gran tamaño y un ambiente más seco. Saidi nos dice
que el moorland comprende en sí mismo dos zonas: “upper moorland” y “lower
moorland”. En la zona superior, si bien se mantiene el brezal, éstos no son tan
altos y predomina la vegetación baja y matorral. Cuando queda una hora y media
para llegar a Horombo, nos sirven comida caliente en unas mesas ad hoc y unos baños. Nos sirven pollo
asado, sopa, verdura y zumo. De postre, fruta. Primera visión del Kibo. Ahí delante, el gigante. Majestuoso, nuestro objetivo.
El cambio en la vegetación ha
sido brutal, retama y alguna protea seca. También se ve alguna lobelia gigante
del Kilimanjaro y, poco después de reemprender el camino, aparecen los majestuosos
senecios gigantes del Kilimanjaro. Los porteadores nos adelantan y se encaminan
a toda velocidad hasta el siguiente campamento para tenerlo todo dispuesto a
nuestra llegada. A lo largo del camino, los holandeses y nosotros vamos
adelantándonos mutuamente, como también hacen el coreano y el japonés a quienes
conocimos la noche anterior. Curioso chico el japonés. Se viene él solo al Kili
sin hablar una sola palabra de inglés. Al rato, siguiendo el paso “pole-pole”
(despacio-despacio) de Saidi, llegamos a las cabañas de Horombo (3780msnm).
Compartimos nuevamente con los
holandeses la cabaña, las roscas, el té y el tiempo para seguir aclimatando.
Más tarde, en el comedor cenamos juntos en la misma mesa (aunque nuestros
cocineros y camareros son diferentes). Horombo Huts es un punto de encuentro
importante. Es una parada obligatoria para dormir tanto si asciendes o
desciendes por la Ruta Marangu como si te encuentras en el descenso de las
rutas Rongai, Lemosho y Machame. Los usuarios de estas rutas duermen en casetas
de campaña pero todos compartimos servicios comunes como comedores, baños y
duchas (éstas últimas sólo utilizadas por las personas más valientes, estamos a
casi 4000 metros y no hay termo; ya sólo lavarse las manos supone soltar un
improperio). Al haber tanta gente de diferentes rutas y en diferentes sentidos
de camino, oímos múltiples historias, vemos caras hinchadas, moradas,
montañeros con la cara quemada por el Sol, gente abatida por el cansancio,
algunos exultantes por haber llegado a la cima y otros con la moral por los
suelos al haber tenido que rendirse ante el gigante africano. Conocemos a una
pareja de españoles que intentó subir pero que no lo consiguieron. No tenían
ninguna experiencia en montaña y se hartaron de tomar Diamox®. Después de
cenar, otra bandeja inmensa llena de comida, preguntamos a Saidi sobre el uso
de ese medicamento nos dijo que debe usarse con cuidado y no en exceso porque
produce efecto rebote. De todos modos, nos recomendó no usarlo a menos que
fuera estrictamente necesario en la cima. La mejor manera de aclimatar…los 3
litros y medio de agua al día.
Menuda nochecita me esperaba.
Batí mi récord: ¡¡6 veces en una sola noche!!
Efectivamente, es lo que tiene la
altura y el agua. No pude dormir más de 2 horas seguidas. De repente, mis ojos
se abrían de par en par y tenía que salir corriendo al baño. Esto, que pudiera
parecer lo más sencillo del mundo en casa, en Horombo, de madrugada, a 3ºC
significa salir del saco, ponerse los pantalones, las zapatillas, los guantes, el
gorro térmico, el frontal y el polar para ascender unos metros hasta el baño y,
después, volver a bajar, entrar en la cabaña y deshacer lo anterior. Si
estuvieras solo en la cabaña, no pasaría nada, pero cuando somos cuatro, todo
ese trajín se va repitiendo durante toda la noche por los demás. Súmalo a la
altura. Resultado: allí no duerme ni dios. De hecho, Sarito tuvo que ir a
dormir al comedor hasta bien entrada la noche.
23/07/2012 3er día:
Aclimatación
Como hoy no nos tenemos que mover
mucho de Horombo, el “bed tea” nos lo sirven a las 7:30. Durante la cena, Saidi
nos había comentado que hoy partiríamos en una ruta de aclimatación hasta una
roca llamada “Zebra Rock”. Atención: en el folleto decía que llegaríamos hasta Mawenzi
Huts, pero en África te tienes que acostumbrar a los cambios de planes. Saidi
dice que sólo hasta Zebra Rock y punto. En la montaña manda el guía. Comenzamos
el camino rodeados de senecios gigantes. El ritmo lo marca Saidi y es el famoso
“pole-pole”, lento, muy lento, pero según dicen, el mejor ritmo para aclimatar.
Hoy nos acompaña Mohamedi, uno de los porteadores, que el día de cima hará las
funciones de guía acompañante. Al cabo de un rato llegamos hasta Zebra Rock y
entendemos el por qué del topónimo.
En la foto, con Mohamedi, Sarito y Saidi Msangi. Al fondo, Zebra Rock (4000msnm)
Junto a la roca, un cartel nos
indica que estamos exactamente a 4000msnm. Me alegro mucho porque es la primera
vez que alcanzo esa altitud. De hecho, el comedor de Horombo está casi 100
metros por encima de la cima del Teide, que era mi mayor cota hasta el momento.
Después de sacarnos las fotos de
rigor, continuamos el ascenso bordeando la roca y nos reunimos con los
holandeses que ya estaban arriba desde hacía algún rato. Paramos para descansar
y dejar que el cuerpo se acostumbrara a la altura y luego empezamos a bajar por
el otro lado de la loma. Desde allí, pudimos ver perfectamente el Kibo (nombre
real del pico, ya que Kilimanjaro es el nombre de la montaña entera)y del
Mawenzi, así como el camino que tendríamos que recorrer al día siguiente.
Bajamos de nuevo al campamento Horombo y entramos en el comedor porque ya
teníamos preparado el almuerzo. ¡¡Deliciosa comida!! Hacemos una visita al baño
(cómo no!) y nos sentamos al sol un rato. Saidi nos recomienda que no estemos
bajo el sol a esa altura demasiado tiempo porque nos deshidrataríamos sin
darnos cuenta y eso es malo para aclimatar. Ok, whatever. Decidimos que era una
buena idea ir a la cabaña para echarnos una pequeña siesta. Saro se echa un
sueño de 2 horas. Al cabo de un rato, nos llaman para cenar y vamos de nuevo al
comedor y nos vuelven a servir la macrobandeja llena de comida. Todo muy rico
salvo por la carne, que tiene como una baba rara y preferimos no comerla.
Descansamos un poco en el comedor hablando con Saidi sobre la ruta del día
siguiente y luego vamos a intentar dormir porque mañana nos espera un día muy,
muy largo.
24/07/2012 4º día Horombo
Huts-Kibo Huts
Hoy nos levantamos muy temprano,
a las 6:30 para tomar el “bed tea”. La rutina montañera del Kili te la tienes
que tomar a la risa o te desesperas. Saidi aparece muy pronto para avisarnos de
que el día va a ser muy largo y que debemos reservar todas las fuerzas posibles
y no gastar energía innecesariamente durante el camino. Esa noche entenderíamos
por qué. La noche anterior fue similar a la primera en Horombo. Varias visitas al servicio debido a las cantidades
de agua que bebíamos.
Ya en ruta, seguimos viendo
senecios gigantes hasta que el monte bajo desaparece y entramos en un inhóspito
paisaje eminentemente volcánico. Desapareció hace algunos minutos el último
vestigio de vegetación, quedando ahora sólo alguna especie de vegetación de
suelo propia del paisaje alpino. El día está muy claro y el sol pega con fuerza,
aunque no calienta. Tenemos que usar ropa cómoda pero abrigada. Yo llevo un
softshell de Trangoworld® que me había prestado Suso, del Grupo Montañero “El
Calvario”, de Gran Canaria. Entramos en una zona a la que llaman acertadamente
“El sillín” (o la silla de montar, como prefieran) The Saddle.
Dicha silla de
montar estaría formada por el gran Kibo, el ancho valle casi plano donde se
encontraba el camino por el que nosotros pateábamos y el Mawenzi al otro lado. Vistas de ambos montes son impresionantes. En
este punto, se pierde la percepción de estar en una meseta dentro de la montaña
aislada más alta del mundo; Kibo y
Mawenzi son dos montes dentro de una misma montaña. Hoy el almuerzo
vuelve a ser un pack-lunch que comemos en una zona con piedras, hogar de unos
ratoncitos rayados muy curiosos que suponen el pavor de las chicas americanas
que se apartan del camino hasta otras rocas más alejadas que se convierten en
el “servicio”. El ritmo de ascensión va decreciendo poco a poco. Sigue siendo
un “pole-pole”, pero cada vez más despacio. La altitud va haciendo mella y, a
medida que nos acercamos a Kibo Huts, nos cruzamos con montañeros de todas las
nacionalidades que nos animan a seguir. Vale la pena, es la frase más común. De
repente, nos sorprende ver al coreano bajando, cabizbajo y dando tumbos.
Preguntamos al guía, que lo llevaba agarrado del brazo para que no se cayera,
qué había sucedido y nos dijo que no pudo conseguirlo, que le dolía mucho la
cabeza. El japonés sí lo consiguió y sin aclimatación. Pasado el episodio,
llegamos a Kibo Huts. Por fin.

Esta etapa ha sido muy larga y dura. El cuerpo ya nota los efectos de la altitud y es que no es para menos, estamos a 4750msnm. A cada paso, aumentamos nuestro récord de altitud. Kibo Huts es, de todos los alojamientos, el más espartano. Atrás, en el Saddle, se unía a este sendero la Ruta Rongai, por lo que también hay casetas de campaña en el exterior. El viento también hace acto de presencia. Es muy fuerte. De verdad, muy fuerte. El frío es palpable y estamos, de día, a 0ºC o “menos algo”. Lo peor de Kibo Huts: los baños. A ver cómo lo explico. Durante todo el camino, los baños eran agujeros en el suelo. Hasta ahí, vale, la alta montaña es así. Pero los baños de Kibo Huts son los cubículos más asquerosos en los que me he metido nunca. Aviso a navegantes: cuando fuismos Sarito y yo. De los tres cubículos disponibles para todos los montañeros, el de en medio era el que menos apestaba (y mareaba, lo juro). En la puerta de los otros dos deberían poner un cartel de prohibido encender ninguna cerilla o mechero por peligro de despertar al volcán. Va en serio. Brutal. Y lo peor era saber que esa noche habría que visitar alguna que otra vez esas puertas al infierno. ¿Te quieres forrar en Tanzania? Consigue extraer el metano de los baños de la Ruta Marangu y embotellarlo para luego comercializarlo, véndele la patente al gobierno de Tanzania y tienes la vida resuelta. Empieza por Kibo si quieres resultados a muy corto plazo.
Esta etapa ha sido muy larga y dura. El cuerpo ya nota los efectos de la altitud y es que no es para menos, estamos a 4750msnm. A cada paso, aumentamos nuestro récord de altitud. Kibo Huts es, de todos los alojamientos, el más espartano. Atrás, en el Saddle, se unía a este sendero la Ruta Rongai, por lo que también hay casetas de campaña en el exterior. El viento también hace acto de presencia. Es muy fuerte. De verdad, muy fuerte. El frío es palpable y estamos, de día, a 0ºC o “menos algo”. Lo peor de Kibo Huts: los baños. A ver cómo lo explico. Durante todo el camino, los baños eran agujeros en el suelo. Hasta ahí, vale, la alta montaña es así. Pero los baños de Kibo Huts son los cubículos más asquerosos en los que me he metido nunca. Aviso a navegantes: cuando fuismos Sarito y yo. De los tres cubículos disponibles para todos los montañeros, el de en medio era el que menos apestaba (y mareaba, lo juro). En la puerta de los otros dos deberían poner un cartel de prohibido encender ninguna cerilla o mechero por peligro de despertar al volcán. Va en serio. Brutal. Y lo peor era saber que esa noche habría que visitar alguna que otra vez esas puertas al infierno. ¿Te quieres forrar en Tanzania? Consigue extraer el metano de los baños de la Ruta Marangu y embotellarlo para luego comercializarlo, véndele la patente al gobierno de Tanzania y tienes la vida resuelta. Empieza por Kibo si quieres resultados a muy corto plazo.
Una vez acomodados en el gran
dormitorio, Saidi nos recomienda descansar todo lo que podamos y prepararnos
para la cena. Compartimos el dormitorio con J e Ivonne y con un chino que
incluso trae una mascarilla con dos pequeñas botellas de oxígeno (del tamaño de
sprays de pintura) que no dudará en utilizar en caso de necesidad. La cena nos
la sirven en la habitación un poco antes de lo normal para que podamos dormir
todo lo posible ya que esa misma noche será el ataque a cima. La altitud se
nota porque no tenemos mucho apetito y casi cenamos por obligación, para tener
“combustible” que quemar. Sabemos que hará frío porque en Horombo, unos chicos
españoles que habían hecho cima nos dijeron que habían tenido -20ºC. Cuando
tenemos toda la ropa preparada para cambiarnos y ya estábamos en la cama
cogiendo el sueño, se enciende la luz y entran dos chicas orientales con sus
porteadores y guías, haciendo todo el ruido del mundo, sin ningún respeto ni
por el descanso de los que ya estábamos allí, ni por las más básicas normas de
la noche en la montaña, es decir, procurar molestar lo menos posible a los
demás usuarios de tu cabaña o refugio. Nada, chinas ricas que se dedican a
abrir y cerrar todas las cremalleras de sus maletas, mochilas, neceseres, etc.
La cara de J es de incredulidad. Creo que las nuestras eran un vivo reflejo de
la suya. No nos creíamos lo que estábamos viviendo. No nos dejaban dormir y
cada minuto que pasaban con la luz encendida y haciendo ruido era un minuto
menos de descanso hasta las 23:00, hora a la que Saidi llegaría para
despertarnos pues el ataque a cima comenzaría a las 23:30.
25/07/2012 5º día Ataque a
cima
Apenas dormimos. Un horror de
noche. Durante la misma, el viento llegó a soplar tan fuerte que abrió de golpe
todas, absolutamente todas, las puertas del refugio y tiró algunos enseres que
estaban en una mesa al fondo del pasillo. Le digo a Sarito que le doy mil euros
si no subimos. ¡Cagueta! Sí, díganlo, díganlo, pero sólo los que allí estábamos
sabemos la meteorología que tuvimos esa noche. Además, la temperatura había
bajado muchísimo y no habíamos podido recuperar el cansancio de la jornada
anterior. Aún así, nos levantamos y empezamos a vestirnos. Yo, como no llevaba
ropa específica para alta montaña, decidí convertirme en una cebolla y ponerme
capas y capas de ropa. Dentro del refugio había menos de 0º, por lo que afuera
debía ser mucho peor; no digamos ya la cima, 1145 metros por encima de nuestras
cabezas.
Salimos afuera y se nos hiela
hasta la sangre. ¡¡¡¡Qué fríooooo!!!!
Empezamos la ascensión. Saidi,
que viene acompañado de Mohamedi, no quiere perder tiempo, comenzamos a
caminar, al principio a un ritmo rápido, para entrar en calor pronto, pero al
cabo de unos minutos, Saidi baja la marcha para no hacernos sudar, eso podría
llegar a ser muy peligroso a esas temperaturas. Le pregunto a Saidi que qué
temperatura hace y nos dice que -10º en Kibo Huts. Ascendemos pole-pole y nos
dicen que ellos cogen nuestras mochilas si queremos. El ascenso es muy cansino,
se sube por un sendero zigzagueante de picón (lapilli volcánico, piedrilla muy
pequeña –unos 3cm de calibre, más o menos- muy suelto) lo que hace que casi no
haya tracción. Es agotador y, a esta altura, con el frío, aún más cansino.
Pasamos junto a una roca y Saidi nos dice que le llaman Indian Rock y está
justo a 5000 msnm. El nombre le viene dado porque la inmensa mayoría de los
hindúes y paquistaníes que llegan hasta aquí, decide darse la vuelta justo en
este punto. El ritmo es cada vez más lento y cuesta dar diez pasos seguidos.
Procuramos beber agua, pero la temperatura congela progresivamente el que hay
en los tubos de los camelbacks y Saidi nos dice que, después de beber, soplemos
para devolver el agua al depósito y no dejar nada en el tubo. Al cabo de un
rato, mi cuerpo empieza a desconectarse. Como en mi vida me he desmayado en
varias ocasiones, conozco perfectamente la sensación previa, así que le digo a
Sarito que me tengo que sentar, que me desmayo. Mientras noto cómo mi cuerpo
entra en “modo economía”, abro tres capas de ropa para alcanzar un gel de
cafeína y un zumo que llevo pegados a mi cuerpo para que nos se congelen y,
mientras me apago como un móvil cuando ya no tiene batería, me tomo el gel y el
zumo. Saidi me acerca la mochila, sacamos la botella que habíamos metido dentro
de dos calcetines y en la que llevo agua con un sobre de Recuperat-Ion® y le
echo un trago largo. No me apago. Consigo mantener el sentido y con el paso de
los minutos me recupero poco a poco. Le digo a Saidi que puedo continuar, pero
que habrá que bajar el ritmo. Durante ese espacio de tiempo, muchos montañeros
nos han adelantado y alguno me ha mirado asustado. Pienso en que no he estado
ahorrando todo un año y no he llegado hasta aquí para rendirme ahora. Me pongo
en pie y continuamos la marcha. El gel me ha dado azúcar y cafeína suficiente
para seguir adelante. Las sales minerales me han recuperado enseguida y mis
pulsaciones han vuelto a su régimen de reposo. Puedo continuar. “Una de las
razones por las que se sube de noche es para que no veas todo lo que te queda
por subir” nos había dicho un español en Horombo. Cierto, pero cuando miras
hacia arriba y ves una interminable fila de frontales encendidos que sube hacia
el cielo, sabes que aún quedan unas cuantas horas en ese gélido viento
intentando ascender por una pendiente en la que las botas se van hacia atrás
cuando intentas avanzar. Saro también empieza a sentir los primeros síntomas
del mal de altura: cansancio extremo. El suelo de lapillo deja paso a rocas más
grandes y ya se oyen gritos de alegría por arriba. El primer grupo que nos
adelantó hace un cuarto de hora ya está en Gillman’s Point, seguro. Eso supone
como mínimo, a nuestro ritmo, una media hora más. Nos hemos tenido que parar
varias veces. Atrás dejamos hace bastante rato la Cueva de Hans Meyer
(5200msnm), por lo que debemos estar cerca del borde del cráter, Gillman’s
Point. Efectivamente, sale el sol y los primeros rayos nos iluminan el camino y
ya vemos lo que nos falta por subir. Menos, algo menos. Está siendo un
auténtico infierno. Una pesadilla. Cuesta dar 5 pasos seguidos sin parar para
recuperar el aliento y para descansar. Me siento totalmente vacío de energía,
sin pila. Sigo subiendo si parar ya que se ve perfectamente el borde del
cráter. Me doy la vuelta y veo el Mawenzi por debajo de mi campo de visión.
Poco después llegamos a Gillman’s Point. Entiendo perfectamente a quienes allí
se dan la vuelta. Es agotador. Brutalmente agotador. Sólo quieres sentarte y
respirar. El aire es puro, muy frío y no notas asfixia ni nada, simplemente, no
tienes fuerzas para levantar la mano. Durante el camino, he ido arrugando los
dedos de los pies para no perder la sensibilidad. Incluso utilizamos unas
almohadillas que unas simpáticas chicas vascas nos habían dado en Moshi. Son de
Decathlon® y hay que retirar una banda adhesiva, pegarla en la plantilla de la
bota o donde quieras, pero nunca directamente sobre la piel, y se van
calentando. Funcionan, chicas, pero sólo un rato. Yo, los dedos de los pies no
los sentía nada de nada, aunque podía moverlos. Mi miedo eran los meñiques de
las manos. Suso me había prestado unos maravillosos guantes Eider® de alta
montaña. Con ellos podía sujetar bien los bastones y, como tenían doble capa,
pude meter dos almohadillas térmicas de esas entre las capas, por la parte
exterior. Sin embargo, poco antes de llegar a Gillman’s quise cerrar las manos
y todos los dedos respondieron menos los meñiques. Pensé “joder, me encanta la
montaña, pero no me haría maldita gracia perder los dedos aquí”. La sensación
asusta, asusta de verdad. De hecho, acojona. Sólo pensaba en que al regresar y
quitarme los guantes, iba a ver los meñiques morados o negros, como tantas
veces había visto a alpinistas en la tele o en fotos.
En ese momento, quieres bajar.
Sabes que sólo te quedan menos de dos kilómetros de sendero casi sin pendiente
para ascender 200 metros de desnivel. Estábamos ya a 5640m y la pendiente se
reducía muchísimo. Pero no podía mover un músculo. No podía ni prometerme una
bajada cómoda. Entendí a los alpinistas que fallecen descendiendo un 8000. Si
casi no tienes fuerzas para ponerte de pie, ¿Cómo demontres vas a poder
controlar su cuerpo en una bajada sobre roca helada con crampones a 8000 metros
de altitud? Si algún alpinista de los de verdad, de los de alta montaña está
leyendo esto, os admiro, sinceramente, os admiro sobremanera. Ustedes son de
otra pasta.
Sarito me convence para no
abandonar a esas alturas y yo le digo que tiro para adelante. Saidi se viene
conmigo y Mohamedi la acompaña a ella. Al poco, llegamos a Stella Point
(5739msnm), donde la rutas Machame y Lemosho alcanzan el borde del cráter desde
Barrafu Camp. Entre la niebla se advierte el maravilloso glaciar y, al otro
lado, el cráter. Está todo llenos de nieve y el viento ya es ventisca que nos
lanza copos de nieve afilados como estiletes contra la cara. Yo no tengo
fuerzas ni para levantarme el buff que me protegería los labios y la nariz. Ya
las quemaduras por frío ni me importan. Algunas personas que vuelven de la cima
me animan. Estás a 10 minutos, lo tienes casi ahí. ¿Diez minutos? ¿Estás de
broma? No puedo dar tres pasos seguidos sin pararme. Me quedo apoyado en los
bastones. Mi corazón bombea sangre a tres mil por hora y me empieza a doler
mucho la cabeza. Me cansa incluso respirar. La batería está completamente
agotada y no tengo energía ni para coger otro gel. Simplemente me arrastro.
Avanzo cinco metros y me tengo que parar casi dos minutos. El sendero es
sinuoso y creo que detrás de cada curva va a aparecer el cartel verde de la
cima, pero llego a la curva y ahí está el sendero, esperando por mí, impasible.
Sigo avanzando mientras noto como el agüilla que se me forma en la nariz por
culpa del frío ya se ha convertido en un trozo de hielo y que el dedo con el
que siempre me he ido limpiando esa agüilla, está totalmente cubierto de hielo.
Lo pienso ahora y me parto, era moco helado, jajaja. En ese momento no tenía
tanta gracia, claro. Mi ritmo es muy cansino, no puedo ni mirar para atrás,
sólo busco el cartel en el horizonte, detrás de cada curva, nada, otros 30
metros más hasta la siguiente curva, nada, otros 20 más, me desespero. No
avanzo y cada vez tengo que pararme más para poder dar dos míseros pasos (y aún
me queda volver por este sendero para regresar!!!) Como se dice en la alta
montaña, hacer cima es opcional, regresar es obligatorio. Aún puedo mover las
piernas y empujar con los brazos y los bastones, venga, otra curva más, aparece
una montañera que viene de la cima y me dice “Lo tienes ahí mismo, ánimo, un
último empujón, está ahí mismo”. Busco el cartel con la mirada y no lo veo,
sólo el sendero negro, bordeado por curiosas formas que ha esculpido el viento
en el hielo y los copos de nieve que vuelan de derecha a izquierda ante mis
ojos y que se estrellan en mi cara. Llego hasta la curva y lo veo, está ahí,
ahí delante, totalmente cubierto de escarcha, con banderas tibetanas, el
cartel, por fin, el cartel, un gigantesco cartel verde reflectante, con letras
amarillas e infinitos adhesivos pese a su corta vida en esta cima. Llego hasta
él, me detengo frente a su base y lo leo:
CONGRATULATIONS
YOU ARE NOW AT UHURU PEAK
5895 M.A.M.S.L.
TANZANIA
AFRICA’S HIGHEST POINT
WORLD’S HIGHEST FREE STANDING MOUNTAIN
WORLD HERITAGE SITE
www.tanzaniaparks.com
Me siento al pie del cartel. Me
derrumbo. Lloro. Lloro como debí llorar el día en que nací. Lloro de alegría,
lloro de emoción, lloro de agotamiento, lloro de dolor. Llega Sarito y nos abrazamos,
Saidi nos saca una foto, ¡Lo conseguimos! Estamos en el techo de África.
Estamos en la cima del Pico Libertad, Uhuru Peak, 5895 metros sobre el nivel
del mar. En la cima de una de las siete cumbres. La montaña nos ha colocado en
nuestro sitio. Ahora toca volver a Gillman’s y bajar de nuevo a Kibo Huts. Casi
sin darnos cuenta advertimos que allí ya habían llegado antes que nosotros J e
Ivonne, pero él no se encuentra para muchas alegrías. El mal de altura le ha
dado con ganas y tiene que bajar ya. Nos levantamos y nos olvidamos de firmar
en el libro (¡Gracias que hay foto!), el lugar es una pocilga. Hay que decir
que la peña es guarra de c*jones. Todo lleno de almohadillas térmicas y una
infinidad de botellas de plástico vacías. Un desastre. Yo había traído un
maillot del Club Deportivo Arista y una camiseta del Club de Montaña Neophron
porque quería sacarme fotos con ambas prendas, pero sinceramente, me quería
morir allí mismo y aún debíamos desandar todo lo andado. Dejamos una pegatina
de Gran Canaria entre las palabras World’s y Highest. Dicha pegatina puede
verse en algunas fotos de internet de agosto de 2012, pero debe ser que alguien
o el viento las despegó posteriormente, porque en las de octubre 2012 ya no
está. Emprendemos el camino de regreso. El camino de vuelta fue mucho más
cómodo, de hecho, al llegar a Gillman’s Point, Saidi nos dio permiso para bajar
a la velocidad que quisiéramos.
A Sarito la tuvieron que ayudar y a mí, el
dolor de cabeza me estaba matando, así que decidí bajar en línea recta por la
loma de picón usando los bastones como remos de gondolero, para controlar el
descenso. En Indian Rock esperé a Sarito y continuamos juntos el camino hasta
llegar a Kibo Huts. En ese momento, ella ya se encontraba mejor y Saidi nos
dijo que podíamos descansar un poco hasta la hora de almorzar para seguir
descendiendo de nuevo hasta Horombo. Al
llegar al campamento le pedimos a Saidi que, como él conoce al responsable del
Campo, le pidiera para nosotros una cabaña de las grandes, con los grandes ventanales.
Lo consiguió, pero en contrapartida, las chinas ruidosas también dormirían con
nosotros. He visto mejores tratos, Saidi, pero vale. Nos tumbamos un rato y al
cabo de unos minutos, nos llaman para ir al comedor. Cenamos con J e Ivonne,
nos miramos, estamos exultantes, pero muy cansados. Tenemos las caras quemadas
por el sol y por la ventisca.
Nos sirven la comida y nos lo zampamos todo. Hace
unas horas estábamos luchando contra la falta de oxígeno y contra el frío.
Agotados, conseguimos llegar a la cima y ahora había que celebrarlo con la
comida que nos daban. Habíamos perdido mucha energía y teníamos que recargar
las pilas. Después de cenar, vamos a la cabaña y caemos rendidos.
26/07/2012 6º día: Horombo-Moshi
(de vuelta al hotel)
Nos levantamos temprano y después
del té nos preparamos para desayunar. Sobre las 8 y algo salimos. Hay neblina y
la humedad es alta, es especie de llovizna que no moja, pero empapa.
Descendemos mucho más rápido y nos sentimos muy bien. Notamos que en nuestra
sangre hay muchos más glóbulos rojos. Por el camino conocemos a una pareja de
españoles y hablamos un rato. Ella lleva meses trabajando en Tanzania con una
ONG y él vino a visitarla. Casi sin darnos cuenta llegamos a Mandara, lugar
donde almorzamos. Poco después seguimos bajando y la humedad aumenta dentro de
la selva forestal. Llegamos a Marangu Gate en un plis y nos sacamos la foto de
rigor.
Terminamos el papeleo y en la
puerta del Parque Nacional nos ponen el sello en el pasaporte. Saidi nos dice
que en el hotel nos daría los diplomas. Durante el camino, nos estuvo
explicando cómo funciona el asunto de las propinas. Resulta que a los guías y
cocineros, la agencia les paga más o menos bien, para ir tirando, pero a los
porteadores, casi no les pagan y viven de las propinas. Como él nos dijo, si no
fuera por las propinas, nadie subiría al Kili. En la entrada, nos montamos en
una guagua todos juntos, clientes, guías y porteadores. El chofer decide
detenerse a un lado del camino donde había unas señoras vendiendo fruta y
verdura y algunos porteadores y guías compran la fruta por la ventana. ¡A mí la
escena me encanta! Es la vida auténtica en Tanzania. Te paras en medio del
camino y haces la compra a través de la ventana. Uno de los guías nos ofrece un
plátano y, evidentemente, aceptamos. Riquísimos y pequeñitos, como los plátanos
de Canarias hace unos cuantos años. Aún se encuentran aquí plátanos así, pero
has de ir al campo y hablar con alguien que tenga agricultura ecológica.
Después de pasar por Arusha y de volver a ver los “dala-dala”, llegamos a Moshi
y al hotel. Al llegar, nos sentamos con Saidi y arreglamos el engorro de las
propinas. El tema es el siguiente: al guía y al cocinero se le dan 15$ por día,
a los porteadores, 5$ por día. Hicimos cálculos y le dimos unos 260€ (le
enseñamos el cambio de moneda y se dio cuenta de que los euros valen más que
los dólares y que les estábamos dando mucho dinero). Se emocionó y nos abrazó.
Ah, debe de ser que hace tiempo había picaresca, porque ahora, hay que escribir
en un papel oficial cuánto le entregas a cada miembro del equipo y has de
firmar el papel. Posiblemente, hace tiempo algún guía se quedaba con parte del
dinero. Ahora seguro que tienen que enseñar a todo el equipo el documento.
Saidi nos dio los diplomas y nos
sacamos las fotos de rigor.
Después, nos vamos a la
habitación del hotel y nos damos una ducha ¡Por fin! Con agua caliente ¡Por
fin! Hemos quedado para cenar con J e Ivonne porque ellos mañana se van a
Zanzíbar y nosotros igual nos vamos de excursión.
En la cena, la camarera nos dice
que el guía ha hablado con la cocina para que nos sirvan ugali. Es muy pesado, se nota que es comida para porteadores. Poca
cantidad llena enseguida. Como dije, es como una pella de gofio, pero como el
millo no está tostado, hay que mezclarlo con salsa y carne. Entonces, la cosa
cambia y está deliciosa. De todos modos, el ugali es tan pesado que sólo lo
comería una vez cada tres meses.