A medida que dejamos atrás Notre Dame de la Gorge y su puente romano, continuamos ascendiendo en dirección al punto de control y avituallamiento del Refugio La Balme. Al inicio, provisto de una fuerte pendiente, a medida que continuamos, se suaviza la rampa y reconozco el terreno, sé que cerca, a la izquierda, encontraré una bonita fuente de madera donde podré rellenar los bidones y repartir entre ellos un sobre de sales. El siguiente avituallamiento será en Les Chapieux y aún queda una buena kilometrada de ascenso y descenso. Después de realizar la operación de los bidones, reanudo el paso apretando un poco para no perder coba y me encuentro un guante nuevísimo en el suelo y, delante de mi, un corredor busca y rebusca algo en la parte trasera de la mochila, me acerco a él y le pregunto (en inglés) “¿Estás buscando un guante?” – “Sí”, me responde, - “Pues lo he visto a 15 metros más atrás” Como un poseso se lanzó en dirección contraria para buscarlo (e hizo bien, teniendo en cuenta lo que nos esperaba más adelante). Enseguida llego al control de La Balme, como unas piezas de queso, una barrita de cereales, me bebo una taza de sopa y sigo ascendiendo hacia el Col.
El ascenso, que con los mochilones de 12kg me había parecido un largo infierno, ya no me parecía que tuviera tanta dificultad. Decidí dividir mentalmente la ascensión en trozos: primero, hasta el poste de alta tensión, porque después hay una zona llana muy cómoda, después la rampa serpenteando entre plantas hasta el Túmulo de la Señora y, ya con el Col a la vista, el resto de la ascensión hasta arriba. Durante el ascenso hasta La Balme, miré varias veces hacia atrás y pude ver esa luz púrpura-anaranjada del Sol comenzando a acercarse al horizonte. Es maravilloso contemplar un amanecer en medio de esa inmensidad granítica. Se hizo completamente de día a la altura del Túmulo y me puse a hablar con Miguel, un chico de Castellón que subía bastante bien. En ese momento, nos dimos cuenta de que todas las paredes rocosas de la zona estaban totalmente nevadas y que la temperatura descendía en la misma proporción en que nosotros ascendíamos. Subíamos por el sendero embarrado y picábamos los bastones sobre la nieve, era una situación en la que nunca me había visto en carrera, caminando sobre nieve y aún no habíamos llegado arriba del todo. Era precioso. Caminar por una montaña llena de nieve en pleno amanecer es un espectáculo digno de ver.
Al llegar al Col, me sentí aliviado. Miré hacia detrás y vi la inmensa fila multicolor que aún venía por detrás y luego saludé a los miembros de la Gendarmerie de Montagne que habían montado un puesto para velar por nuestra seguridad a esas alturas. ¡Qué bien organizado lo tienen todo los del UTMB®! Ya me había quitado de encima dos picos de los nueve de la carrera y, encima, me había quitado el más largo. Bueno, en realidad no me lo había quitado del todo, porque aún quedaba seguir ascendiendo, con una pendiente mucho más suave, hasta el Col de la Croix de Bonhomme. A lo largo de todo el camino, tuve que ir con mil ojos. No sólo tenía que pisar con cuidado la roca helada, sino que el tipo de delante, un italiano de cierta envergadura, caminaba con los bastones apuntando hacia detrás, es decir, hacia mi, demostrando que nunca nadie le ha dicho que las puntas de los bastones, si éstos no se están usando, deben apuntar hacia delante. En un momento, picó en una piedra y su bastón derecho resbaló hacia detrás y me pasó rozando. Le dí un buen grito pero pasó de mí como de la mie**a. Pensé “Como vuelva a hacerlo, le pongo mis bastones en la espalda y, si se gira, le diré que yo llevo media hora sintiendo lo mismo”. En fin, pelillos a la mar. Justo en ese momento, el aire empieza a temblar y, de la nada, desde el Col de la Croix de Bonhomme, aparece volando bajísimo, un helicóptero con la cámara en uno de sus patines, la sensación fue difícil de describir. Era como las emisiones de televisión de deportes de élite y yo lo estaba viviendo desde dentro, levantamos los brazos al paso del helicóptero para saludar y éste siguió sobrevolando más atrás a todo el grupo. Cuando pude ver el vídeo, no me reconozco, pero sé que uno de esos con chubasquero azul que saludan, soy yo. Llegamos al Refugio de la Croix de Bonhomme y me sorprendo al ver a un miembro de la Federación Francesa de Alpinismo con dos bengalas asistiendo el aterrizaje de otro helicóptero, este de rescate, para evacuar a alguien. Prefiero no pararme y me lanzo cuesta abajo para llegar lo antes posible al Auberge de La Nova, siguiente avituallamiento y control. Es descenso sobre barro helado y nieve es espectacular, rapidísimo, un grupito atajamos varias veces, casi al lado del vértice de las curvas, porque intentarlo por las partes más rectas es una temeridad tal como está el suelo. Me imagino al grupo de cabeza, Kilian, Iker, Miguel, Seb, Antoine, Csaba, bajando a toda máquina por allí, de noche y con la nieve recién caída. Echo a un vistazo a mi alrededor y observo la inmensidad de las montañas con las sábanas blancas de la nieve cubriendo su sueño.
Bajo mis pies empieza a aparecer cada vez más hierba y llegamos a los Chalets de La Raja, cruzamos el puente de piedra y bajamos a toda velocidad por una pendiente pronunciada para entrar en Les Chapieux. Como soy bajito, paticorto y tengo el centro de gravedad más bajo, desciendo bastante rápido y en ese último descenso mis piernas se mueven endiabladamente rápido causando la admiración de varias personas que había animándonos; uno de ellos me dice “You really feel like home in the mountains, mate!” Que viene a ser algo así como “Te mueves como Pedro por su casa en las montañas, tío”. Le doy las gracias sonriendo, paso entre dos árboles, piso el asfalto de Les Chapieux y giro a la derecha para meterme en el avituallamiento. Allí, relleno los bidones, como algo, bebo sopa y, al salir me encuentro con un control de material. En el vídeo, a partir del minuto 01:00 se me puede ver en el momento de pasar por esa revisión. Primero comprobaban que todos lleváramos el móvil con el roaming activado y, después buscaban la tira roja que nos habían puesto en la revisión de material el día de la entrega de dorsales. Como a mí, la tira la pusieron en el asa superior, la voluntaria no lo encontraba hasta que levantó la capucha de mi chubasquero y me dejó seguir en dirección al segundo montruo, el Col de la Seigne.
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