El camino está lleno de charcos, sigue lloviendo aunque de una manera más suave y comienza la bajada. Aquí es donde por primera vez probaré la eficacia de mis LaSportiva® Raptor® en bajadas húmedas.
El descenso se convierte en una competición de esquí. Los franceses equipados con sus Hokas® empiezan a resbalar en el barro y la hierba de las pistas, el sendero se inclina aún más hacia abajo y la situación se vuelve incluso peligrosa. Los que tenemos bastones debemos usarlos para frenarnos porque el barro hace resbalar a todo el mundo. Yo mismo, me deslizo hasta topar con la espalda de un tipo y le pido perdón. De todos modos, él había llegado hasta ese punto deslizando por el mismo sitio por el que me había resbalado yo, así que entendió el leve encontronazo. Peor suerte corrió un francés que no llevaba bastones y al que vimos resbalar a nuestra izquierda. Decidió adelantar por la hierba, resbaló y bajó toda la ladera intentando frenarse o agarrarse a algo, sin conseguirlo. Terminó el resbalón unos 30m más abajo, cuando la pendiente volvió a remontar un poco. De no haber sido así, hubiera terminado en medio del bosque. Otros más avispados y experimentados, usaban sus bastones como freno y, como si fueran gondoleros de Venecia, iban deslizando suavemente, controlando todo el descenso y adelantando a la peña como si llevaran toda la vida bajando por cuestas embarradas. ¡Está claro que eso es algo que también hay que entrenar!
Así, poco después pasamos entre unas casas en las que un grupo de ancianos (por favor, que ya ha pasado la media noche, está lloviendo y hace frío, señores!) nos animan y gritan “Bravo, bon courage!”. Cruzamos las vías del tren cremallera y voy soltando los cierres de soporte de los bidones de la mochila (llevo una Salomon® XA-Pro 15, la que tiene los dos bidones por delante, aunque tras el UTMB® me llama mucho la atención la Raidlight® Olmo, lo valoraré) porque sé que nos acercamos a Motivon, donde está la fuente que le había indicado antes a Chencho. Al llegar allí, dos corredores se limpian el barro de los tobillos y zapatillas y yo paro a rellenar los bidones, lo cual me ahorrará una cola en Saint Gervais, donde tengo previsto parar sólo para meter un sobre de Recuperat-Ion en cada bidón y beber una taza de sopa. Efectivamente, poco después nos adentramos por las calles de Saint Gervais y llegamos al avituallamiento oyendo como el “speaker” va diciendo en alto nuestros nombres. Es madrugada y el pueblo está lleno de gente, entro en el control, me paro a meter los sobres de sales, saco la taza para que me sirvan sopa y salgo del control porque el frío me recuerda al avituallamiento de Tunte en la Trans. En la bajada perdí a Chencho y a Tolo y ya no los vería de nuevo en carrera. Me encuentro con la guagua (autobús) de los acompañantes que siguen la carrera y pienso en Sarito, que me esperará en Courmayeur “Uff, aún queda un mundo para entrar en Italia!” Me adentro por el sendero que va hacia Les Contamines y veo a Goyo y a Paco, que van como tiros y les informo del perfil a partir de ahora “Zona con varios cambios de desnivel, pero combinadas con otras por las que se puede correr, siempre tendiendo hacia arriba hasta Les Contamines, ah, justo antes de entrar al avituallamiento de allí, a la izquierda de la carretera hay una ermita con una fuente de agua potable, para que se ahorren la cola en Contamines”. Se van para delante como dos tiros, “¡Qué fuertes están estos dos!” Sigo caminando y trotando, le meto un buen mordisco a la barrita energética y me dirijo por el sendero hacia Les Contamines. Cruzamos varios puentes de madera, entramos en zona de asfalto y por unas pistas de tierra. El camino serpentea entre árboles y se oye el rugir del agua que baja por el río a unos metros de nosotros, llegamos a una corta, pero intensa ascensión en zigzag por un bosque y cruzamos un par de carreteras, el sendero continúa y en el descenso, trotando, me resbalo, caigo con la rodilla derecha y siento un dolor brutal, me levanto rápido, como siempre, e intento seguir trotando, como siempre, mi rodilla se bloquea como nunca. Arrgh! Qué dolor!!! Ufff, - pienso – a ver si se va a acabar la carrera aquí. Un francés se preocupa por mi estado y me pregunta si todo va bien. Le digo que creo que sí, pero que duele mucho. Me echo a andar y compruebo que, al menos, la rodilla funciona. Le digo que de momento todo va bien, me dice “bon courage” y sigue su trote. Sigo andando para calentar la rodilla hasta que va desapareciendo el dolor y, al poco, ya puedo volver a trotar, lo cual planta una sonrisa de oreja a oreja en mi cara. Llegamos a la casa natal del descubridor de Neptuno y ya sé que estamos en las puertas de Les Contamines. Como los meteorólogos habían previsto, deja de llover y se empiezan a ver estrellas en el cielo. Sólo queda un sendero llano junto al río, una ascensión y la calle principal de la localidad para llegar al avituallamiento y dirigirnos hacia Notre Dame de la Gorge, paso previo a la ascensión del primer monstruo de la carrera, el Col du Bonhomme (2443m). Después de la noche que hemos pasado, con la lluvia y, sobre todo, el frío, ¿Qué encontraremos a 2500m de altitud?
Más o menos, lo que se ve en el vídeo.
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