En el ascenso, Salomón, que va delante de mí, tiene que ayudar a un chico alemán que no para de resbalarse y que a punto ha estado de caer por toda la loma. Salomón le grita, agarrándole por los hombros, “tú mira al suelo, no mires hacia arriba o te caerás, tú mira al suelo”, jajajaja. El chico alemán se para y le adelanto. Llegamos a la pista de tierra y nos lanzamos corriendo por el sendero para llegar lo antes posible al avituallamiento de La Fouly. Parece mentira que nos hayamos quitado 15 kilómetros, pero es lo que tiene la noche si te sientes cómodo: avanzas rapidísimo. Llegamos a La Fouly en medio de una ovación popular. Hay mucha gente esperándonos y animándonos. Yo les grito “bon soire, La Fouly” y todos me responden “Merci, bon soire et bon courage”. Esta gente es genial, es de madrugada y hace un frío que pone los pelos de punta. Ha vuelto a bajar la temperatura. Allí, cargamos los bidones, pasamos por el control de chips y entramos al avituallamiento. Allí, Salomón y yo decidimos comer bien y seguir juntos para llegar a Champex Lac antes de que amanezca.
Salimos de La Fouly en dirección a Champex, cuyas luces se pueden ver a lo lejos en medio de la montaña. Nos unimos a un grupito y ascendemos un sendero que nos conducirá hasta la bajada de la Crête de Salelina (Cresta de Salelina) para entrar en las casas nuevas de Praz de Fort. Allí, Salomón se acuerda de que tiene que parar frente a la casa de una señora mayor que conoció cuando entrenaba ese tramo y que le había prometido un té cuando pasara por delante de su casa en el UTMB, porque ella iba a estar toda la noche animando a los corredores. Esta gente no deja de sorprenderme, es MUY de noche y, al pasar por la casa de esta señora, allí está ella en la puerta, con toda la familia, con una barbacoa, calentando té y café para los corredores que quieran. Nos saluda y reconoce a Salomón, nos ofrece una taza de té y él acepta. Yo, en principio, rechazo la invitación porque no es té lo que tenía previsto beber ahora, pero luego acepto. Maldita la hora que lo hice. Desde ese momento, todos los que bebimos ese té empezamos a tener picor de garganta y no dejamos de carraspear en toda la noche. Estaba rico, sí, pero hasta entonces yo tenía la garganta genial y ahora....ahora la tengo como un papel de lija. Da igual, seguimos descendiendo por asfalto en dirección a Issert, donde empieza la subida a través del Sentier des Champignons (Sendero de los Champiñones).
Ese sendero tiene un par de rampas coquetas y, si pasas de día, te partes de la risa con lo que han hecho allí con los árboles talados. Han covertido el sendero en un camino temático basado en las setas. En los troncos de los árboles talados, han tallado setas de diferentes especies, ardillas, una cesta con setas, un pez, una cabra montés o bouquetin, como los llaman aquí, una marmota e incluso un canguro. Bueno, cuando veas el canguro significa que ya estás en las puertas de Champex, no lo olvides. El sendero hacia Champex es angosto, empinado y el suelo está lleno de raíces. En un momento, veo a Salomón adelantar a un grupo que iba despacio, pero no consigo seguirle y me quedo atrás. Por alguna razón, empiezo a sentir sueño, pero, de momento no es preocupante, en una zona algo más ancha del sendero, consigo adelantar al grupo y llego hasta el Sr. Cohen. Poco después, en el sendero se empieza a escuchar música y parece que estamos cerca del avituallamiento, pero la organización nos guardaba una sorpresa. Para evitar el que alguien cogiese un “taxi” desde Issert hasta Champex, han colocado un control de paso en medio del sendero hacia Champex Lac. Nos pasan la maquinita y yo sigo buscando con el frontal la condenada figura del canguro, pero no hay manera, no aparece. La sensación de sueño empieza a ser preocupante porque se me cierran los ojos y justo en ese momento, Salomón me dice “Tío, en Champex voy a tener que dormir algo”. Yo le respondo: “Me estoy quedando dormido mientras camino, Salomón”. Me siento muy cansado, tengo un montón de frío y los ojos se me cierran. A veces, camino casi 5 metros con los ojos cerrados, lo que, en medio de un bosque, con un sendero estrecho y una fuerte caída a la derecha, puede ser muy peligroso. Lo tengo claro: "En cuanto entre en el avituallamiento, busco el pastel de arándanos de León, pregunto por los colchones y me echo a dormir media hora".
Al cabo de un rato, mi frontal apunta hacia la izquierda y veo al condenado cangurito, miro hacia delante y veo la placa verde que da la bienvenida a Champex y llegamos a la carretera. Aquí hay que tener algo de cuidado, porque hay que seguir bien las flechas para pasar por detrás del cartel nuevo, del garaje y seguir ascendiendo por el sendero para llegar al avituallamiento. Al llegar, nos alegramos de ver a la pareja de Salomón, que nos da la bienvenida. Entramos en el control de chips, al avituallamiento y veo a León. Le saludo y me presento. Se acordaba de mí, porque pocos días atrás, estuve en su boulangerie (pastelería) hablando con él e incluso nos sacamos una foto con Sarito.
Abro los ojos. Han pasado 25’ y estoy temblando. No le he dado tiempo al despertador para que cumpla su función porque hace un frío terrible. Las manos me tiemblan, me tiemblan las piernas, casi no puedo articular palabra y me acuerdo de mi retirada en El Garañón a las 22:35 en la Transgrancanaria de 2008. ¡Uff, borra eso de la cabeza, Dani! Pero hay que salir de aquí cuanto antes para entrar en calor. Me levanto, veo a Salomón despertándose y me como mi trozo de pastel ¡¡¡¡¡Diosssssss, qué cosa más rica!!!!! Caray, ahora entiendo por qué es tan famoso el pastel de arándanos de León. Cuando Sarito y yo estuvimos en su
boulangerie, él y su señora nos invitaron a dos trozos porque eran los últimos que le quedaban de ese día y ya era la hora de cerrar, pero en el UTMB, el pastel estaba recién hecho. En fin, que si un día pasan por Champex Lac, no duden en entrar en la pastelería de León. Tiene un cartel del UTMB en la puerta, así que es inconfundible. Es un “must” del Tour du Mont Blanc. Pues, seguidamente, me voy a la zona de las mesas y temblando, pido una taza de caldo. Bien, por lo menos está calentito y las manos dejan de temblar. Me bebo dos tazas de caldo, como un par de trozos de queso, pido una taza de cola, como algo de chocolate y me bebo un vaso de café. Esto último provocaría una reacción fisiológica en mí de la que me había olvidado. Cuando compruebo que Salomón está listo para salir, nos despedimos de todos los voluntarios y nos marchamos en busca de lo desconocido: la bajada a Martigny (471m), según nos han dicho y el ascenso al Col de la Forclaz (
1527m).
A la salida de Champex Lac, andamos por asfalto hasta encontrar el cruce con el camino hacia Bovine. Como nos han dicho que no se sube a bovine, dudamos, no sabemos por dónde tenemos que ir. ¿Seguimos por carretera? Las marcas indican que debemos entrar en el sendero. Tras unos momentos de indecisión, decidimos entrar en el camino y ya veremos qué pasa. Al cabo de un rato, mi cuerpo empieza a reaccionar al café y le digo a Salomón que me tengo que parar a hacer de vientre. Encontramos un banco en un recodo de la pista de tierra y él me dice que me agarre al banco y que apague el frontal, que él se queda vigilando para que nadie me esté apuntando con la luz mientras yo estoy "plantando un pino". La organización, previendo que esta situación la viviríamos con casi total seguridad, ya nos había provisto de unas bolsas de basura para guardar el papel y tirarlo en el primer contenedor de basura o papelera que encontráramos, así que eso hice, para mantener limpio el camino. Una vez listo, continuamos el camino seguros de que sí era por allí, ya que varios corredores habían pasado por la pista de tierra durante ese corto espacio de tiempo. Caminamos a buen ritmo, descansados tras el sueño reparador. ¡Hay que ver lo que dan de sí 25' durmiendo! Alcanzamos a un grupito de franceses y creo identificar en él a un chico con el que ya había descendido del Gran Col Ferret. Cuando estamos en el sendero en medio del bosque, primera duda. Aparece ante nosotros una cinta roja y blanca cortando el paso y no sabemos bien por dónde pasar. algo más arriba se advierte un reflectante y decidimos adentrarnos más por ese sendero. Cruzamos un sitio que no recuerdo del TMB y me doy cuenta que las lluvias del viernes por la noche han cambiado el paisaje. Donde había un sitio de paso fácil, ahora la organización ha tenido que colocar un tablón para facilitarnos el paso, mientras un riachuelo baja desde las montañas. Llegamos a un descampado donde se encuentra el alpage que da entrada a Bovine y vemos que hay cintas y reflectantes que nos hacen cruzar la carretera y descender. Confiados con que ese descenso nos llevará hasta Martigny, nos lanzamos por el terreno embarrado y no dejamos de trotar mientras la claridad de la mañana empieza a iluminar levemente el horizonte. Atravesamos varias veces una carretera, corremos junto a una acequia muy embarrada y con los primeros rayos de sol, llegamos abajo. Allí, enfrente, vemos una ascensión por asfalto en forma de larguísimos zigzag que no sabemos a dónde llevan, pero por los que se pueden ver los llamativos colores de la ropa de varios corredores.
Al llegar abajo, por una carretera de asfalto, nos damos cuenta de que allí no hay nadie más que nosotros y algunos corredores con los que contactamos durante nuestro descenso. Seguimos las marcas "UT" que hay en el suelo y que nos llevan hacia el otro lado de la carretera general, por un paso subterráneo y, tras él, hacia una zona muy apartada de esa localidad. En ese punto, no tenemos ni idea de la altitud a la que estamos, ni el punto kilométrico, ni por dónde demontres nos va a llevar la organización, así que seguimos las marcas y nos adentramos en esa ascensión por el zigzag comentado antes y que tiene más pendiente de la que yo me imaginaba. Era una carretera que, en realidad no llevaba a ninguna parte y que tenía viñedos a los dos lados. En medio de la cuesta, nos topamos con un par de adolescentes borrachines que nos invitan a vino o whiskey. Alguien debería de haberles dicho que en un día de calor como el que ya empezaba a hacer, un deportista no suele beber nada de alcohol (todavía una cerveza fría, pero vino o whiskey.....va a ser que no). El Sol ya apretaba fuerte y el calor rebotaba en el asfalto y nos devolvía aire caliente desde el suelo. Al final de una de las curvas de herradura, las marcas nos sacaban de la carretera y nos introducían en un sendero angosto que ascendía fuertemente entre árboles y que, poco después, llaneaba siguiendo el contorno de la montaña.
Nosotros ya nos sentíamos perdidísimos. Como creíamos que lo anterior era Martigny y que lo que teníamos delante era un sendero que, de alguna manera, conducía a Trient, nos apresuramos para trotar un poco en las zonas en las que el sendero suavizaba algo la pendiente. Así, con el paso de los metros, cruzando sitios donde, si te despistabas un poco, te esperaba una buena caída al vacío, Salomón y yo, hablando y haciendo cábalas sobre dónde estaba Trient, llegamos a una zona donde el sendero se ensanchaba y nos encontramos con dos féminas participantes que estaban un poco perdidas sobre la ruta a seguir. Entre mi inglés, alemán y mi mísero francés, nos detuvimos para investigar si las casas que aparecían más abajo, entre los árboles, eran Trient o dónde era. Al final, tras un rápido descenso, cruzamos una vía férrea y entramos en un avituallamiento donde me esperaban dos sorpresas, como siempre, una buena y otra....no tanto.
La sorpresa buena: Mientras me estaba avituallando, cargando agua y bebiendo algo de cola (con la temperatura que no paraba de subir, no era una sopa lo que más me pedía el cuerpo), oigo tras de mí una voz familiar que me dice "Chacho, Dani! ¿Cómo estás, tío? Te veo bien". No me lo podía creer cuando me giré y ví a Goyo y a Paco, sentados en el avituallamiento. ¡Qué bueno! Es difícil de describir lo que se siente cuando, después de un millón de kilómetros, realmente, desde Saint Gervais, vuelves a ver a un paisano de tu misma isla, en medio de Suiza. Me alegré mucho y, a la misma vez, consciente de la diferencia de nivel entre ellos y yo, me preocupé por su estado de salud, porque no consideraba normal haberles alcanzado en una carrera. Goyo me dijo que le dolía un poco un tobillo y Paco me dijo que tenía un poco cargados los cuádriceps. La sorpresa negativa: Aquel sitio era Martigny y, según nos dijo un voluntario del puesto de control, nos esperaban 1000 metros de desnivel positivo hasta el Col de la Forclaz en 8 kilómetros. Esto es, un kilómetro vertical durante 8 kilómetros. No me lo podía creer. Aún nos quedaba esa subida, llegar a Trient y subir Catogne, etc, etc. En fin, si hay que hacerlo, se hace. El calor convertía aquella carpa en una sauna y Salomón y yo decidimos salir en dirección a La Forclaz. Paco me preguntó: "¿Cómo es lo que viene ahora, Dani?" Le respondí que quedaba la dichosa subida esa larga hasta La Forclaz, la empinada bajada hacia Trient, una subida dura de 5 kilómetros más o menos hasta Catogne, la bajada a Vallorcine y luego, casi todo para abajo hasta Chamonix. Cuando terminé de decírselo pensé: Ay, Dios! Pero si estamos casi, casi ahí mismo. La subida a la Forclaz no la conocía, pero el resto, más o menos sí. Se me erizó el vello y, de repente, me entró prisa por ponerme en marcha.
Empezamos a caminar por las calles y a Salomón no se le ocurre otra cosa que antojársele un
"pain au chocolat" para desayunar. Al cabo de unos metros, se mete en una panadería-boulangerie y se ofrece a comprarme uno para mí. Yo le dije que no, que para desayunar, ya tenía mis barritas y el queso que me había comido en el avituallamiento, pero él se "emperretó" -como decimos en Gran Canaria- con que quería su "pan au chocolat". A esperar. Habíamos caminado juntos hasta aquí desde hacía muchos kilómetros y no iba a dejarlo allí tirado, pero la pastelería estaba llena de gente y Salomón tuvo que hacer cola, pasaba el rato y Goyo y Paco ya habían pasado por delante de mí y hacía rato que habían empezado a subir hacia el Col. Pasaron corredores a los que no había visto nunca y yo ya empecé a impacientarme porque se me estaba cortando el ritmo de carrera. Y todo por un pan con chocolate. Saqué la barrita con sabor a frambuesa y le metí un buen mordisco, aproveché para meter un sobre de sales en los dos bidones y entonces, salió por fin de la tienda mi compañero de andanzas.
Empezamos a subir las empinadas calles de Martigny y la pendiente y el calor se aliaron para subir juntas progresivamente. En ese momento, cuando desde abajo se veía que la pendiente no iba a suavizar, tuve que decidir con el corazón y recordar que estaba en una carrera. Tenía que pensar por mí mismo y probar suerte. Tenía a mis compatriotas grancanarios por delante y mi cuerpo me pedía tirar más rápido. Decidí probar el cardio y aumenté gradualmente el ritmo.
Apoyándome con los bastones y haciéndo trabajar en serio los tríceps, comencé a subir a unos 3 ó 4km/h a base de pasos cortos, pero con mucha cadencia y me fui acercando a otros corredores que marchaban por delante de mí. Paso a paso, procuraba "oír" mi cuerpo, consciente de que en poco tiempo, mis oídos iban a tener un "solo de batería con doble bombo" en su interior. Pues no, nada de eso, el corazón seguía latiendo suavemente "Tu-tum... tu-tum" y gracias al entrenamiento con pulsómetro, sabía que ese sonido no debía ser muy superior a 140 pulsaciones por minuto, porque un día, subiendo hacia el Pico de las Nieves, en mi oído el corazón sonaba "tu-tum-tu-tum-tu-tum", miré al Polar® y marcaba 160pps.
Me sentía muy cómodo, subía a buen ritmo y el corazón, sorprendentemente, no sonaba ni muy fuerte, ni muy rápido en mis oídos, así que aproveché y continué adelantando corredores, ya en un camino vecinal entre casas por el que se dibujaba, cuesta arriba y entre árboles, una alargada línea multicolor de corredores a los que, progresivamente, me iba acercando.
Al cabo de un buen rato, llegué hasta donde estaba Goyo y le saludé, le pregunté por Paco y me dijo "¿Paco? Uy, ese está mucho más adelante, ya sabes cómo sube". Y es verdad. Adelanté a Goyo, pero bajé un poco el punto para que me siguiera y, juntos, intentar alcanzar a Paco y seguir los tres juntos. Goyo me dijo que no aflojara, que el ritmo que yo llevaba estaba bien y seguimos los dos para arriba. El calor no paraba de subir con nosotros, como sólo miraba al suelo, decidí colocar las gafas de sol sobre la visera de la gorra y las gotas de sudor no paraban de caerme por la nariz (y así todo el camino). Adelantamos a un montón de gente y, cuando el sendero pasaba junto a una de las curvas de horquilla que hace la carretera que serpentea ascendiendo al Col de la Forclaz, llegamos hasta Paco, le saludamos y seguimos todos para arriba. Paco es todo potencia. Ya me gustaría a mí subir como lo hace él. Pensé que algo no debía ir muy bien o que yo me estaba saliendo del molde cuando le había alcanzado y me encontraba perfectamente. Le pregunté que qué tal estaba y me dijo que tenía mucho calor y los cuádriceps muy castigados. Yo les expuse mi planteamiento de carrera: "Señores, yo quiero acabar esto en unas 40 horas. A una media de 4km/h, llegamos en unas 40 ó 42 horas y, para hacer esa media, hay que subir a 2km/h, bajar a 6km/h y no perder mucho tiempo en los controles. Esas tres cosas aquí son fáciles, hemos subido a más de 3km/h y en las bajadas tampoco hay que tirarse a cuchillo y, como no conocemos a nadie en los avituallamientos, como sí nos pasa en la Trans, pues entramos en el control, comemos, cargamos agua y nos vamos". Continuamos la ascensión y el condenado Col no llegaba nunca. Una y otra vez, el sendero llegaba a una de las horquillas de la carretera y delante aparecía una casa grande blanca que parecía el hotel de La Forclaz, pero nada, sube que te sube. Así, tras una hora y pico de subida "a piñón fijo", por fin, entre los árboles, aparace el cielo azul, se oye un gentío gritando y aparece un cartel que dice "Col de la Forclaz - 1h". Les dije a Goyo y a Paco, "Es un cartel para senderistas, una hora a este ritmo son 20 minutos largos". Efectivamente, cuando menos nos lo esperábamos, el sendero de bifurca, las marcas nos mandan por el de la izquierda y allí arriba, delante nuestra, donde el sendero aumentaba la pendiente, apareció por fin, de una condenada vez, porque ya era hora, el Col de la Forclaz (1527m). Un gran grupo de gente se agolpaba junto a la vereda y nos animaba desde lejos. Llegamos arriba apretando los dientes en un empujón final. Ufff, caray, qué largo se hizo, casi 2h subiendo. Paco me preguntó "¿Ahora que hay, Dani?". Le dije, "Una bajada corta y muy empinada hasta Trient. Justo antes de entrar al pueblo hay que cruzar una carretera y según la cruces, a la izquierda, detrás de una casa, hay una fuente con agua fría. Por si no quieres hacer cola para cargar agua en el avituallamiento, venga, nos vemos abajo." Y me puse a trotar por el sendero que sale del Col, para lanzarme a la bajada hacia Trient, pues justo antes del desvío, reconocí a un francés al que no veía desde el amanecer.
Trient,Catogne y Vallorcine - Empiezo a creérmelo
Después de bajar como un poseso (subir no, pero bajar se me da bien, es lo bueno de ser bajito) llegué a Trient y me dirigí al avituallamiento. El Sol ya pegaba muy fuerte y tenía la cara empapada en sudor. Al pasar junto a la iglesia, un grupo de aficionados españoles me da ánimos. Eso reconforta mucho, lo agradecí sinceramente. Un "Allez!", un "Bon courage!", un "Bravo!" suenan muy bien, pero para nosotros, no se pueden comparar a un "Vamos!" o un "Ánimo!". Entro en el avituallamiento puntualmente presentado en sociedad por un speaker. "¡Esto es de otro mundo!", pienso. Voy directo al depósito de agua y cargo los bidones, como algo de queso, pido dos tazas de cola y me llevo dos trozos de plátano que me saben a gloria. Les pregunto a los voluntarios si tienen bebida energética y lo que me dan es algo parecido a una mezcla entre zumo de frutas con caldo. Efectivamente, no sabía muy bien, pero seguro que tiene "fundamento" como diría mi madre, así que lleno un bidón con aquella cosa rara y, cuando lo estoy cerrando, entran Goyo y Paco. Les explico cómo es la subida que nos queda por delante y les tranquiliza saber que es la última de la carrera (es la información que yo tenía en ese momento de la carrera). Les digo "Chicos, yo voy a aprovechar que me siento bien, pero voy a subir Catogne al
tran-tran, que cuando la subí con Sarito en el TMB nos costó horrores, porque es empinada y un sinfin de zigzags que no acaba nunca. Probablemente me cojan ustedes por el camino". Me responden que sí y me dicen que si me siento bien, que tire para delante. Salgo del avituallamiento y me dispongo a subir el cuestón en "modo diésel". Ya no tengo prisa por llegar a ningún sitio, controlo el tiempo y sé que tengo margen de sobra para llegar todo el resto del camino hasta Chamonix andando despacio, si fuera necesario. Hago los cálculos mentales necesarios y me sobraría un montón de tiempo. "¡Genial!", me digo, "Ahora, al golpito, despacito y con buena letra". Cruzo el río y empiezo a subir por la pista de tierra, luego, me desvío por el sendero y empiezo la interminable sucesión de curvas sin ninguna prisa.
Mientras asciendo, cabeza abajo y mirando siempre al suelo, con las gafas de sol sobre la visera y las gotas de sudor corriendo por la cara, adelanto a varios corredores a los que no había visto en toda la carrera y que, en ese punto, tienen que pararse a sentarse en alguna piedra junto al camino para descansar. Uno de ellos, un japonés -creo-, está reventado, no puede ni apoyar las manos sobre las rodillas al sentarse. Al pasar junto a él le doy ánimos en francés (por costumbre, sobre todo) "Courage, courage!" y levanta la mano en señal de agradecimiento. Encuentro a corredores que caminan casi de lado, otros van escorados y parece que se van a caer, pero sólo miran hacia delante, como si hubiera un punto de luz en el infinito hacia el que tienen que ir y que les guía hacia la meta. Delante de mí, aparecen unas Hokas® y, calzada en ellas, una chica (una máster 40, en realidad) sube algo más despacio que yo, pero sin parar. Decido seguir su ritmo para bajar un poco las pulsaciones y, así, permitir que Goyo y Paco me alcancen porque ya me estaba extrañando que no lo hubieran hecho. Al cabo de un buen rato, ella se aparta para un lado justo donde hay un tronco podrido con una madera muy roja y me acuerdo del TMB. Recuerdo que, poco después de pasar por allí con Sarito, llegamos al alpage de Tseppes, donde aquellos dos toros se mugían entre sí "diciéndose de todo" y, poco después, se llegaba a la cima, donde el camino suavizaba la pendiente. En ese momento, miré para atrás y busqué por el camino más abajo, entre los árboles para ver si conseguía divisar el buff de Goyo, pero nada. No veía ningún color conocido. Seguí ascendiendo poco a poco y terminé llegando arriba, donde el camino se vuelve casi llano y alcancé a un grupo de corredores que hablaban en castellano. Me dejaron pasar y les dí las gracias en español y uno de ellos me pregunta: "Espera, ¿Tú no subiste conmigo el Bonhomme?", me doy la vuelta y no reconozco al chico que me habla y le pregunto "¿Quién eres?" , "Soy Miguel, de Castellón". No me lo puedo creer. Acabo de alcanzar a un chico al que no reconozco porque al Bonhomme subió con un chubasquero amarillo, como le recordé, y ahora iba vestido de rojo. Me alegra mucho verle de nuevo y me sorprendo de haberle alcanzado porque este chico me pasó como un avión entre el Col de Bonhomme y el Col dela Croix de Bonhomme, para no volver a verle más hasta ahora.
Me despido de él porque yo andaba con un ritmo algo más rápido que el de él y me echo a trotar cuesta abajo para llegar al control de Catogne. Después de pasar por allí, alcanzo a un chico que lleva una camiseta de Argentina y le saludo diciéndole que soy Canario y que me alegra mucho ver a un latino en esa carrera, me deja pasar mandándome muchos saludos para nuestras islas y sigo bajando hasta el cruce en el que el camino vuelve a ascender suavemente y a meterse en un bosque. Allí, me encuentro con una familia que busca setas y alcanzo a dos chicos que hablan catalán. Les reconozco, sobre todo a uno, que es muy alto y me acuerdo de que la anterior vez que les ví fue en Courmayeur. Pienso: "Caray! Pues sí que le he metido caña al cuerpo, estoy pillando gente a la que no veo, literalmente, desde ayer!". Les adelanto y sé que queda una bajada rapidísima hacia Vallorcine. El camino me tenia guardada una sorpresa muy, muy agradable.
Llego por la pista de tierra hasta el cruce montado por los bomberos de montaña de Vallorcine y me alegro de volver a entrar en Alta Saboya, le pregunto a uno si la botella de refresco de cola que había junto a la valla era para nosotros y, desde lejos, me dice que sí, que puedo beber. Me echo un buen trago de refresco y me lanzo por el sendero hacia el siguiente avituallamiento.
La bajada hacia Vallorcine es muy variada, tiene zonas muy técnicas entre bosque, con muchas raíces que sobresalen del suelo, piedras, un desnivel brutal y termina con una loma llena de hierba. Dentro del bosque, adelanto a un máster 60 que bajaba ya con algo de dificultad y adelanto a un chico francés llamado Pascal. Muy poco después, la sorpresa: dos figuras familiares me saludan desde lejos "Ese Dani!!", me entran ganas de llorar, son Fer y David, de Arista. Me paro para hablar con ellos y Fer me dice asombrado que me ve muy bien, que voy súper entero, cuando la gente llega allí destrozada. Me dice "Chacho, Dani, se te ve súper fresco, si hasta puedes correr! Chacho, que esto aquí ya es un desfile de cadáveres, aquí la gente ya llega muerta!" Yo les digo que no sé por qué, pero que me siento muy bien, que a medida que la carrera iba pasando, yo me iba encontrando mejor. Le doy las gracias a Fer por el consejo que me dio de dormir 20 minutos en Bertone. Le digo también que tuve que dormir en Champex porque me dormía caminando y que Goyo y Paco vienen por detrás, pero que no sé a qué distancia. Fer me dice que adelante, que me estaba haciendo un carrerón y añade "Tío, que lo vas a conseguir, que te vas a hacer un Mont Blanc!" Esas palabras, ya me hacen temblar y pienso "Joder! Es verdad, voy a ser finisher del UTMB!", aparece Pascal y me despido de Fer y David sin antes decirles que esa noche, si puedo, las cervezas las pago yo. Fer me advierte: "Ah, Dani, te lo digo para que no te coja de sorpresa, les han puesto una sorpresita antes de llegar. No se va a hacer la entrada a Chamonix por el valle, cuando pases Argentiere, les han puesto una subida de regalo, son unos 200 metros de desnivel en unos 2 ó 3 kilómetros, no lo sé muy bien, pero no te quemes mucho para que puedas subirla y así no te coje de sorpresa". Le doy las gracias y pienso en la familia de Catherine Poletti (a buen entendedor...).
Vuelvo a alcanzar a Pascal y él me dice que prefiere que yo vaya delante, marcando el paso en la bajada. Vaya, debe de ser que tengo más técnica que él, pero a mi me viene mejor bajar por delante. Continuamos el pronunciado descenso por una sucesión interminable de curvas en tierra arcillosa y llegamos a unas casas, allí está la última bajada. La loma de hierba ya tiene un caminito hecho y bajamos como dos disparos dando un auténtico espectáculo que el público agradece aplaudiendo y sacando fotos y vídeos. Un americano nos dice "Great show, guys, well done!" Felicito a Pascal por la bajada y él me dice que parecíamos dos VTT (Mountain bikes) de la copa del mundo de descensos. Nos reímos y entramos en el avituallamiento.
La tachuela Poletti
Al salir del avituallamiento, el calor ya es insoportable. Hemos tenido clima para todos los gustos. Decido quitarme la camisa técnica de The North Face® y le quito la "cortinilla" trasera a la gorra. He de ser sincero. Lo hice porque sé que la foto de la llegada quedará mejor sin la telilla esa detrás. Trotamos por todo el sendero en dirección al Col de Montets y en ese momento, me alegro de no tener que subir las 86 curvas del Tête Aux Vents y La Flègere. Junto al río, aparece una suave subidita y me pruebo. No me lo creo, puedo trotar cuesta arriba y adelanto a dos corredores. Sigo trotando y aprovecho el momento, me siento feliz, muy feliz, empiezo a creerme que voy a lograrlo, llego a la carretera, los coches nos animan usando el claxon y nos gritan "Bravo!" por las ventanillas, algún ciclista también nos anima al pasar junto a nosotros, llego al Col de Montets y vuelvo a ver a Fer y a David. Fer me dice "A partir de aquí, todo para abajo y la subida final". Le doy las gracias y veo el cartel de "Dorsal a la vista-fotografía". Veo a uno de los fotógrafos de la organización justo antes de adelantar a dos corredores que no pueden trotar. Corro por el sendero y se me une de nuevo Pascal, corremos juntos y adelantamos a muchos corredores y corredoras. Entramos en Argentiére y pasamos por el último control. Un voluntario nos dice "Bon courage pour le dernier montee" (Mucho ánimo para la última subida) y Pascal me mira con cara de no comprender por qué lo dice, yo le digo "On avon an petit montee plus, Pascal". Él no me cree y se lanza cuesta abajo por la calle, yo hago lo mismo y un grupo de niñas me saluda desde un balcón, los coches nos pitan dándonos ánimos, la gente en las terrazas, nos anima, todo el mundo está volcado en la prueba, todo el mundo sabe lo que estamos haciendo y qué estamos a punto de conseguir. Se me saltan las lágrimas, no lo puedo contener, sé que voy a acabar el UTMB si no tengo ningún accidente en los próximos 7 kilómetros. No me lo creo, "siete!" Sólo siete kilómetros más y habré conseguido mi sueño desde 2007, cuando volví a nacer, cuando volví a creer en mí mismo, cuando decidí que iba a participar en la Transgrancanaria de 2008 y que algún día vendría a probar suerte en el UTMB®, mi sueño desde que en enero de este año, 2011, me llegó el email que decía que había tenido suerte en el sorteo y que tenía plaza para venir a disfrutar sufriendo dando la vuelta al Mont Blanc en menos de 46 horas, atravesando Francia, Italia y Suiza. No puedo dejar de llorar, entramos en un bosque que reconozco y ya sé que falta menos para llegar, Pascal acelera y alcanzamos a una corredora a la que habíamos dejado atrás antes de Argentiere. Probablemente pasó el control sin entrar a la caseta donde estaba el pequeño avituallamiento de líquidos improvisado. Seguimos corriendo y Pascal vuelve a acelerar, le vuelvo a gritar "Nous avon an petit montee plus!" y mira para atrás, poco después, desaparece tras unas casas y le veo parado por completo en medio del camino, mirando hacia la "sorpresita Poletti".
"No hay derecho", pienso. "¿Qué es esto?" A alguien de la organización, se le había ocurrido la fabulosa idea de hacernos creer que desde el Col de Montets, todo iba a ser un camino de rosas hasta la meta. Pues si era un camino de rosas, esto debían de ser las espinas. Las marcas reflectantes giraban un poco hacia la derecha en una bifurcación y proseguían su camino cuesta arriba. La corredora aquella, nos adelantó y subió aquella cuesta como un galgo y la seguimos. Pascal decidió que no quería trotar más. Yo me probé y ví que sí podía con su ritmo, aunque me dejó siempre unos 10 metros por detrás. Al cabo de medio kilómetro, el camino volvió a bajar y respiré. Mi gozo en un pozo, el camino volvió a ascender y, esta vez, con más pendiente si cabe. La corredora ya decidió que no iba a correr más, porque las marcas reflectantes se perdían en el horizonte cuesta arriba. Volví a acordarme de la familia de "la Poletti" y pensé que, si un día me la presentaban, o si me la encontraba en la meta, le pediría por favor que no pensara. Porque cada vez que ella piensa, los corredores sufrimos un montón. Por supuesto, ahora no soy de la misma opinión, pero en ese momento, con 168km en las piernas y 9600m de desnivel positivo y otros tantos de desnivel negativo en las piernas, en medio de un camino plagado de piedras, rocas que te obligaban a levantar toda la rodilla para avanzar, raíces, etc., y siempre cuesta arriba, uno piensa de todo. Yo ya me empezaba a preguntar si nos iban a llevar hasta la Floria, porque aquello no paraba de subir. Al poco rato alcanzo a dos italianos que, cuando parecía que se había acabado su sufrimiento y que llegábamos al sendero de La Floria, ven impotentes, como yo, cómo la ruta sigue ascendiendo irremisiblemente. Uno de ellos hace un gesto ostensibilemente enfadado y creo oir las palabras "porca miseria" y "Poletti" en la misma frase. Les comprendo, yo pensé más o menos lo mismo, pero en castellano.
Sigo subiendo y oigo a dos personas trotando por detrás mía. No me puedo creer que algún corredor pueda llegar aquí corriendo y cuando me adelantan, veo que es una pareja joven de un equipo de atletismo que está entrenando por la zona y que en sus maillots pone "Alcoy". Les saludo y les digo que soy de Gran Canaria y que haciendo el TMB conocí a una pareja que eran de Alcoy. Por las señas que les doy, ellos me dicen que les conocen y se apuntan a acompañarme durante el resto del camino. Por fin, la cuesta termina y un grupo de personas nos avisan de que hay que tomar un desvío hacia la izquierda. Estamos en el Petit Balcon Sud. Por fin, por fin, la bajada desde La Floria, la pista de tierra, dos curvas de herradura y al fondo ya se ve el asfalto, empiezo a trotar y le digo a mi compañía alcoyana que les agradezco un montón la compañía, pero que si la organización me ve acompañado por alguien que no es corredor de la prueba, que me podrían descalificar y ellos me dicen que lo entienden y que lo saben, que ya nos vemos en la meta. Gracias! Jessica y Kiko!!
La Meta - El Paraíso del Ultra Trail - Un sueño hecho realidad en Chamonix
Llego a las calles de Chamonix. Cielos! Salí de este pueblo el viernes a las 23:30 y hoy domingo, después de dar la vuelta alrededor del Mont Blanc, entro de nuevo por sus calles. Rompo a llorar, la gente me aplaude y todos gritan "Bravo, finisher!", no me lo puedo creer, esto es un sueño hecho realidad, estoy corriendo hacia la meta más deseada de mi vida (hasta la fecha), giro la rotonda, veo a corredores que van andando, algunos cojeando, otros escoradísimos, que parece que se vayan a caer, bajo la calle y giro a izquierda y luego a la derecha, veo el arco de Vibram® y a una multitud que grita y aplaude, entro en la zona vallada entre lágrimas y un millón de manos que se alargan para que yo las choque con las mías, muchas gente, muchísima gente, todo Chamonix está en la calle, corro junto al río, vuelvo a pisar esas calles que tanto deseaba volver a ver, llorando, llego a la zona de la Feria del UTMB, el Hotel Alpina, cruzo la calle, giro a la derecha, adelanto a un corredor que sólo puede caminar y le digo, "Bravo, Finisher!", él sonríe con los ojos llorosos, giro a la izquierda para entrar en la calle comercial y allí la gente se vuelca con todos los corredores, hasta los policías aplauden y te gritan, la gente me mira el dorsal, gritan mi nombre, me llaman por mi nombre y gritan "Bravo, Daniel, Bravo finisher!" Al final de la calle, giro a la izquierda, hacia la escultura del Doctor Paccard y allí, entre la multitud....Saro. Me echo a llorar, Nos abrazamos, nos besamos y ella me pregunta si quiero que ella me acompañe en los últimos metros. Le agarro la mano y corremos juntos hacia la escultura de Balmat y Saussure, giramos a la derecha, ¿Todo Chamonix? ¡Medio mundo está allí! La gente no para de gritar mi nombre, veo el letrero de la farmacia, esta cerca, está muy cerca, una "chicane" de derecha e izquierda y allí delante aparece ante mis ojos la postal más bonita que he visto en una carrera: La Place de l'Eglise, el Triangle de l'Amitie, el arco de meta del Ultra Trail du Mont Blanc. Me derrumbo, me paro, mis dos manos señalan al arco de meta y no puedo parar de llorar, cojo la mano de Sarito y corriendo, con ella a mi lado, cruzo por fin la meta soñada. Como diría Paulo Coelho: he cerrado un círculo.
Lo he conseguido.
Soy finisher del Ultra Trail del Mont Blanc.
He regresado al sitio que me vio partir hace 39 horas, 54 minutos y 27segundos.
Entrego mi chip y me dan un chaleco que hay que lucir con orgullo porque ha costado mucho esfuerzo y mucho sacrificio. Es un chaleco que dice que el que lo consiguió es Finisher del UTMB®.
Agradecimientos
No puedo cerrar esta crónica sin agradecer a todas las personas que me hay apoyado, las que me han animado, las que me han dado consejos (e incluso a las que no creían que yo lo iba a conseguir, porque eso me daba más energías para llegar a la meta).
A mis padres Inma y Salvador ¿Cómo no? Siempre han estado ahí, sin pedirme nada a cambio, sólo ser buena persona.
A mi hija, Alyssa, porque en los momentos de mayor debilidad, cuando pensaba en que igual no lo iba a poder lograr, aparecía su imagen en mi mente y me daba fuerzas para levantarme y seguir adelante. ¿Abandonar pudiendo continuar? No te podía hacer eso, mi vida. Nunca abandones.
A mi primo Acaymo, porque con él entrené aquella Trans del 2008 y porque aunque tu lesión no te permitió acompañarme en este largo y arduo camino, uno de los dos miembros del equipo tenía que lograrlo y quiero que sepas que una gran parte de esto es gracias a tí.
A Sarito, mi novia, porque comparte conmigo este amor por la montaña y la naturaleza, este amor por las carreras por montaña y porque siempre ha confiado en que yo lograría llegar a la meta. Te amo, Sarito.
A Fernando González Díaz, por tus sabios consejos, fruto de la experiencia en esta y otras muchas carreras.
A Cristo Acosta, por aquella frase "He visto senderistas llegar y corredores morir".
A Albertito, por tu asesoramiento técnico.
A Pedro M. "Indi", por enseñarme a orientarme por las montañas.
A Carlos González Díaz, por enseñarme a hacer más corta una carrera tan larga.
A todo el equipo Arista, por apoyarme y darme alas para correr más y mejor.
A Manolo Cardona, del Club Neophron, por enseñarme a subir cuestas sin cansarme tanto.
A Antonio García "Tolo", por decirme una y otra vez que no abandone. En 2012 te toca a tí, Tolo.
A Conchi Antúnez, por decirme en 2007, "Apúntate a la Travesía". Ahí empezó todo, Conchi. Infinitas gracias!!!!!
Se me olvida nombrar a muchas personas, muchísimas, pero quiero que sepan todas las personas que me han apoyado y me han dado algún consejo, que me han tranmitido esa energía positiva, que los llevo dentro, en mi mente y en mi corazón y que sin esa energía, igual no hubiera podido llear a la meta. Muchas gracias!!!